Noche en la Teja. El sol todavía dice presente y ya se observa volver a los trabajadores que día a día parten hacia distintos destinos para su rutina laboral. La Avenida se tapa de ómnibus pero como es verano no todos van llenos, pero el movimiento se observa de todas formas.
En una de esas esquinas, más precisamente en Laureles esquina Carlos Telliere comienzan a parar autos y se distingue a lo lejos un cartel que dice: "Hoy ensayo a partir de las 20 hrs". Ya todos saben y se imaginan que esta noche, la luna será testigo de un nuevo ensayo de la murga.
El sol comienza a caer y aquellos primeros autos se multiplican, transformándose esa cuadra del barrio en un estacionamiento. Los vecinos escuchan ruido y se arriman, otros que ya lo tenían planificado, van llegando de a poco. Ese ruido va volviéndose canción lentamente, las sillas que aguardaban allí quien las ocupe, lentamente son ocupadas por distintas personas.
Allí en el fondo están ellos, los murguistas. El arreglador con su guitarra pasa los tonos, arregla métrica, mientras que 17 hombres lo escuchan de forma concentrada, aunque alguno siempre tira algún chiste como para distender un poco la situación. Los versos van tomando forma y la vieja canción ahora no va, y renace una en un nuevo papel. Mientras tanto, el sonido se apronta. Se suben los amplificadores al escenario que pasan los años y aún sigue estando firme. Por otro lado, los utileros siguen traspasando cada palabra de la hoja de papel hacia su nuevo destino: El burro.
Las sillas se siguen ocupando y es ahí cuando un nuevo vecino acompañado de su esposa, sus hijos, sus nietos entra al local ya encontrándose con el famoso olor a parrillero y recordando viejos recuerdos que aún siguen presentes. De repente se da cuenta que ya no hay más sillas disponibles por lo que entra en su duda donde ubicarse, pero al final encuentra un lugar y se queda ahí. No importa si sentado o parado, lo importante es decir presente.
El sol ya hace rato que se fue, y aquellas 17 personas siguen repasando letra, ajustando cosas porque el tiempo es el mayor enemigo y solo restan algunos días para terminar con el espectáculo. La gente se pone anciosa al escuchar en tono bajo parte del próximo repertorio y desea más que nada que la murga se suba a cantarle al barrio lo que ya tiene pronto. Aquel vecino que entró junto a su familia levanta la cabeza y se encuentra con personas que hacia tiempo no veía, los saluda y vuelve a su lugar.
Es el momento en el cual se les da un respiro a las gargantas de aquellas 17 personas y se van a tomar algo por un tiempo no muy prolongado. Saludan amablemente a los presentes y se detienen a conversar con algunos. Intercambian ideas, preguntan por algun familiar y por aquel amigo que hace tanto tiempo no ve y extraña. Llega la prensa y esos minutos libres se cortan. Se prenden las cámaras y ahora si parece que todo va a empezar.
Las sillas que tenían buzos, carteras o sombreros con el propósito de guardarle el asiento a alguien vuelven a reencontrarse con aquella persona que hacia unos minutos la había dejado libre. Nuevamente se escucha a la gente murmurar mientras el director con un tono serio llama a los murguista a subir al escenario. Se prueban los micrófonos y mientras tanto el arreglador repasa brevemente algunos cambios marcados. Es ahí cuando todo un barrio se queda en silencio para escuchar el canto que tanto esperó.
Comienza la actuación. La gente con sonrisas y aplausos va reconociendo el trabajo de muchos que es representado por esas personas que están en ese escenario de material. Ya pasó la presentación, el salpicón y está por arrancar un cuplé que todavía no está muy practicado por lo que se va presentando y cuando hay dudas se para todo, siempre con alguna risa o con humor. El arreglador corrige y sigue la cosa.
Es el momento del final, y es el momento de la despedida. Todos quieren escucharla y hasta el cuidacoche hecha un vistazo desde lejos.
El olor a parrilla comienza a apagarse, las sillas poco a poco van quedando vacías y aquel estacionamiento improvisado vuelve a la normalidad. Comienzan los saludos, y alguno se queda conversando. El audio se apaga, y se desarma todo. El arreglador habla con el director escénico sobre algunos temas puntuales. Los murguistas saludan. Las luces se apagan.
El sol aún sigue oculto, pero la luna fue testigo de una noche más de murga. Ya en los primeros minutos del otro día, siendo más de las 00:00 hrs. el último entra el cartel que se veía hacía unas horas en la entrada. Las puertas se cierran, se pasa la llave. Todos los vecinos ya llegan a sus casas para descansar.
Noche en la Teja. El barrio se queda en silencio esperando que vuelva a salir el sol para compartir otro día de ensayo, otro día de Diablos Verdes.
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